Gran Fondo Suisse – «La Ciclosubmarinista»

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(Por Adrián Borrallo)

INTRODUCCIÓN – Gran Fondo Suisse


Esta aventura comienza una plácida (y aburrida) mañana laboral de 23 de Junio.

El chat ciclista de Los Caseras en el WhatsApp está saltarín. Se propone participar en el Gran Fondo Suisse de Villars.

Echo un vistazo a la web y veo que son 108km con 2.591m de desnivel positivo. Mmmm… Indago para ver el perfil de la ruta y no encuentro ninguna emboscada del tipo Mortirolo o Muro di Sormano que te montan los cuádriceps en la chepa mientras vomitas el hígado por la nariz.

Me las podré apañar con mi desarrollo 52×36 / 11×30. No se hable más. ¡Inscrito! Y es que todavía ando con el pecho hinchado cuan gallo de corral, tras la reciente salida con Herr Aitörl.

Hacía tres días que habíamos coronado los pasos de Vorderberg, Ibergeregg y Pragel.

Habían transcurrido ya casi tres años desde mi última cicloturista, Il Giro di Lombardía, y olvidado estaba que me juré y perjuré que «nunca mais» participaría en un Gran Fondo.

Aquel episodio andando con la bici en vertical entre Fiats, Lancias y Alfa Romeos durante un atasco monumental a la entrada del pueblo de Como previo a la subida final sólo es un borroso recuerdo de una carrera transcurrida plenamente en tráfico abierto (en Italia…).

Con la inscripción recién salida del horno, pocas vueltas más que darle a la cabeza. Al contrario de mis etapas de triatleta o corredor, donde llevo una pauta de entrenamientos estructurados que cumplo religiosamente, sigo con mi filosofía de 2021 de disfrutar de la bici acumulando desnivel en busca de rutas guapas por el Züri Oberland. 

No obstante y sin querer queriendo (como diría el Chavo del Ocho), en verano realizo un mes de «entrenamientos de calidad» a rueda del Lluis «Locomotora» Riera, aderezado con días de rodaje «fácil» con la Grupeta de Mahón, liderada por el incombustible Artur Sintes.

Vuelvo a Zurich sin cejas de los chispazos que me pegaba «Locomotora» Riera cuando activaba el molinillo, pero más fuerte que el vinagre.


Gran Fondo Suisse de Villars (7)


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PREVIO A LA CARRERA – Gran Fondo Suisse


El lunes previo a la carrera, recibo un Whatsapp durante la cena con la previsión meteorológica.

Las barritas de precipitación son color arcoiris, lo cual significa que van a llover turrones y mazapanes. Veo que mi única aspiración de la carrera, que es disfrutar de los paisajes, se va a ver truncada.

Quedan 6 días para la carrera así que no pierdo la esperanza de que la previsión mejore.

No obstante, la lluvia me crea ansiedad. La eficacia de los frenos de zapata con llantas de carbono en días de lluvia es tan nula como las predicciones de Fernando Simón. Por consiguiente, compro un juego nuevo de zapatas SwissStop Black Prince que recomiendo encarecidamente.

Como bonus para aplacar mi ansiedad, lavo la bici y le meto un repaso a la cadena para dejarla reluciente y bien engrasada.

La noche previa al viaje, el parte meteorológico sigue sin prometer. El arcoiris sigue allí y se aconseja llevar traje de neopreno para los “grupos de edad» y manguitos para la categoría élite.

Esto no es un triatlón pero la bolsa de viaje acaba petada con la colección primavera-verano-otoño-invierno de equipación ciclista. Solamente me dejo en casa las gafas de bucear con tubo, no vaya a ser que me llamen exagerado.

El sábado después de comer me recoge mi amigo Carlos, buen ciclista y… conductor novel. Así que resulta que esta aventura de fin de semana a lo mejor va a venir marcada de emociones fuertes desde el principio.

Nos tomamos un Espresso y tiramos para la carretera. Percibo un gran dominio del volante y un respeto exquisito de los límites de velocidad.

Si el navegador no nos falla, contamos con doce minutos de márgen para recoger los dorsales antes de que cierren el chiringo a las 17h. Desafortunadamente, el tráfico y las obras de carretera complican el asunto. A diez kilómetros del destino nos queda un colchón de dos minutos. Al final va a resultar que llegaremos tarde por los dichosos Espressos… ¡Pero no!

Llegamos con el pitido final y me bajo del coche en marcha, con las declaraciones de responsabilidad de la UCI en una mano y la máscara del COVID colgada de refilón en la oreja.

Entro en el pabellón corriendo y me lo encuentro fantasma. Por suerte queda un voluntario que me da los dorsales. Observo que la mayoría de las cajas están llenas con los sobres de los dorsales y le pregunto que si falta mucha gente por recogerlo y me contesta que sí pero que «vendrán mañana antes de la carrera».

Tras el «check-in» en el hotel, nos damos un paseo por el pueblo y damos muy en el clavo con nuestra elección de restaurante para cenar.

Ya en el hotel revisamos por 4^3 vez la previsión meteorológica y no nos libran de la lluvia ni los Avengers. Así que preparamos la equipación de submarinista y a la cama.

Gran Fondo Suisse de Villars (7)


Es en estos momentos donde me doy cuenta que he cometido otro error de principiante por estar oxidado de no competir. Tras el Ironman de Frankfurt (2018) me perjuré que no escatimaría en acomodación para descansar bien el día previo a la competición y eme aquí compartiendo la habitación con un «Gruffalo» (como diría mi hijo).

Agradezco a Carlos que realizara las gestiones para la reserva del hotel pero creo que no fue explícito del todo en su afirmación de que «ronca un poco». Entre la ansiedad pre-carrera y las rachas de viento y vibración de subwoofer que hay en la habitación duermo malamente.

Ya a altas horas de la madrugada, cuando los chasquidos de dedos no sirven para acallar el rugido del león, ante la desesperación cojo el teléfono para grabar los ronquidos y por lo menos echarme unas risas compartiendo esos ruidos en el chat ciclista. Curiosamente cada vez que cojo el teléfono el mamón se calla y pasa a modo «secadora de pelo».

7.00h: suena la alarma. Menudas legañas que llevo. Necesito el cepillo de dientes para quitármelas de los ojos.

Bajamos al desayuno puntuales a las 7.30h y nos encontramos con que todos los huéspedes del hotel (todos ciclistas) han bajado a la vez. Tras unos codazos «simpáticos» para conseguir un poco de fiambre, yogur y fruta, y un poco de  «encanto» con la camarera para que me permita calentar mis copos de avena sin gluten de estrangis en la cocina, desayuno y me preparo para la gran machada de dia que espera.



LA «CARRERA» – Gran Fondo Suisse


Llegamos a la línea de salida con diez minutos de antelación. Parece (está) bastante vacío. Menos de doscientos ciclistas. Al final resulta que sólo unos cuantos tontos más fueron a recoger el dorsal por la mañana. Nos encontramos un español con el plumífero puesto y ropa de calle que nos dice que iba a participar pero que con este tiempo «ni loco».

Yo me consuelo pensando para mí mismo que no será para tanto. Que en peores plazas he lidiado este año saliendo a -7cº con estalactitas en el bigote y doble calcetín de merino y cubrebotas.

Gran Fondo Suisse de Villars (7)


Mientras espero al pistoletazo de salida, echo un vistazo a mi alrededor y observo diversidad de criterios en cuanto al modelito ciclista a llevar. Los hay con culotte corto, otros sin cubrebotas, alguno con guantes de verano, un espabilado con pantalones de motociclista para lluvia. Incluso hay uno con un culotte con sendos agujeros en las nalgas del tamaño de una moneda de cinco francos.

Mi gran desilusión es no encontrar al típico «He-man» vestido de corto. Igualmente, a pesar de la crisis mundial de abastecimiento de bicicletas y componentes (entre otras cosas) en la que nos encontramos (pedidos a 600 días), puedo contar con una mano los participantes valientes que no llevan frenos de disco.

Comienza la carrera. Yo salgo desde muy atrás del pelotón y voy con calma porque prefiero evitar tráfico en la primera bajada. No me fío mucho de mis frenos ni de la capacidad de la gente para descender un puerto mojado con asfalto bastante irregular.

Los primeros 7.5km son cuesta arriba hasta coronar el Col de la Croix. Llueve moderadamente pero por el momento logro mantenerme seco (en el interior se entiende…).

Salida lluvia


Una vez coronado el Col de la Croix toca una bajada de unos nueve kilómetros hasta Diablerets. En cuestión de minutos tengo los pies como si estuviera pisando sobre esponjas y noto un frío punzante en las espinillas.

Han pasado cuarenta minutos y dieciseis kilometros desde el inicio y el panorama se ha puesto más negro que la uña de un minero. Faltan noventa y dos kilómetros más. ¿Sobreviviré?

Tras cruzar el pueblo de Diablerets toca una subida de unos cinco kilómetros al Col de Pillon.

Siendo cuesta arriba con el consiguiente esfuerzo incremental, logro entrar un poco en calor y eso me da un poco de paz mental. Sin embargo, la lluvia se ha intensificado. Voy pedaleando mirando al suelo y solo veo pequeñas olas acariciando la pendiente en su rumbo cuesta abajo. Maravilloso.

A media subida me cruzo con un ratón de campo con tendencias suicidas al que casi atropello a pesar de ir a menos de 10km/h.

Coronando el Col de Pillon se encuentra el primer avituallamiento (uno de dos en total) pero con el frío y la lluvia tengo ganas negativas de parar.

Gran Fondo Suiza de Villars cronica


A partir de aquí comienza el infierno. No, el infierno no. En el infierno se supone que hay llamas y se está calentito. Comienza la era glacial.

Son cuarenta kilómetros cuesta abajo con lluvia torrencial, viento y tráfico abierto. Tengo el vago recuerdo de que toca un tramo en descenso pero para nada pienso que tenga cuarenta kilómetros de largo.

Para colmo, dado mi estrategia conservadora de salir atrás del pelotón y evitar aglomeraciones en la primera bajada, estoy más sólo que un piojo en la cabeza de un calvo sin ningún otro ciclista con quien darse turnos para tirar.

Tras pasar Gstaad, el tema se está poniendo complicado. Tengo más frío que el culo de un pingüino. Primero son los pies. No siento qué extremidad está pisando los pedales. Bien podrían ser las rodillas. Luego está la mandíbula, que me duele como si hubiera masticado un bistec de brontosaurio. Le sigue el cuello, que me duele como si me lo hubieran desmontado de una colleja. Finalmente son los brazos, que los tengo como palos de escoba. Las manos curiosamente sobreviven a pesar de que mis guantes otoñales resulta que no son impermeables.

Voy llaneando y veo como las olitas de agua se cruzan transversalmente en la carretera. Tras cruzar el pueblo de Saanen empiezo a estar en las últimas.

A estas horas podría estar en bata en mi casa disfrutando de los pancakes dominicales con mi familia y degustando un café bien calentito.

Adrian Borrallo cronica


Veo a un grupo de participantes a cubierto en una gasolinera. Esa «postal» me hace plantearme mi estrategia de supervivencia. ¿Qué hacer en caso de no poder soportar más esta agonía? No hay motocicletas de seguridad, ni avituallamientos ni nada cerca. Las calles están vacías de público porque nadie está con ganas de natación urbana.

Me planteo dos escenarios: el primero es llamar aleatoriamente a la puerta de un chalet y pedir acceso a una ducha por caridad; el segundo es  entrar en un hotel, pedir una habitación y esperar en la sauna hasta que Carlos me venga a buscar (en caso de que haya sobrevivido).

Más o menos a mitad de carrera  en el pueblo de Château-d’Oex (kilómetro 53 de 108) me paro en un semáforo en rojo tiritando incontrolablemente.

Aparece un participante local que me dice que se va a parar en Diablerets. Que no puede seguir más. Que esto es una locura. Que ahí nos puede recoger un bus de la organización y llevarnos a la salida.

En aquel instante, y a pesar de haber cruzado Diablerets al comienzo de la odisea, no tengo ni idea de donde se ubica el pueblo (#spoileralert resulta que está a unos nueve kilómetros de meta – la carrera transcurre por una ruta circular – o sea nos faltan cuarenta y seis kilómetros) pero de la manera que me habla el señor suena a que está cerca. Esto me da renovadas energías para «pedalear para sobrevivir».

Comienzo a tirar como el diablo sin esperar a que este señor u otro participante que había en el semáforo se turnen para tirar. Noto fuerzas renovadas en las piernas pero tengo la sensación de que la «gasolina» no viene del depósito habitual sino de la «reserva de supervivencia». 

En esta odisea nos toca cruzar un túnel largo poco iluminado donde entre la oscuridad, las gafas empañadas y el dichoso tráfico voy acojonado pensando que se puede liar parda.

Voy tieso como un palo procurando ir recto hasta la salida del túnel.

Trece kilómetros después llego al siguiente pueblo. Pedalear y pedalear … y a Diablerets no llegar.

Para mi desgracia, se trata de Montvobon. A la entrada del pueblo veo un cartel anunciando la subida al Col des Mosses.

Se me cruza el cable y me pongo calentito. Me motiva subir un puerto de veintidós kilómetros con 738 metros de desnivel positivo.

Adrián ya en las últimas…

La intensidad de la lluvia ha disminuido y espero que con este puerto el cuerpo pueda entrar en calor.

Raudo cojo el desvío y comienzo la ascensión. Si no es por el navegador del Garmin que me marca la ruta, pensaría que me he perdido.

La carretera, a parte de estar escondida, se encuentra en pésimo estado de conservación con algunos tramos más propios para una bicicleta de gravel. Paro para echar la «meadita de abuelo» pero sin perder tiempo para no coger frío.

Llego al kilómetro 82,6 donde se encuentra el segundo avituallamiento poco antes de llegar a la cima del Col des Mosses. Decido parar ya que en estas casi cuatro horas de bici apenas he tomado un gel y un poco de agua.

Les pido algo de beber caliente. Aunque sea pis, pero caliente. La amable señora me da un té tibio. Igual estaba hirviendo pero me sabe tibio. Lo bebo de un trago y lo acompaño de un trozo de plátano y otro de manzana.

Sin más dilación, prosigo la ruta. Apenas me quedan veintiséis kilómetros y ya estoy en modo «lo acabo por mis santísimos».

Tras coronar el Col de Mosses toca un descenso de unos siete kilómetros que procuro hacer controlado para minimizar el frío y el riesgo de accidente.

Gran Fondo suiza de Villars Cronica


Una vez abajo, ¿adivinad qué?…

Toca una ligera subida de seis kilómetros hasta Diablerets. ¿Diable-qué??? ¿Excusez-moi?? ¿Te suena? Sí, el dichoso pueblo que me mencionó aquel participante cuarenta y seis kilómetros atrás #reirpornollorar.

La subida la hago cómodo e incluso adelanto a dos participantes.

Finalmente llego al último puerto gordo, la ascensión al Col de la Croix por donde descendimos al inicio. Me faltan 8,1km con 615 metros de desnivel positivo y una pendiente media del 7,5% para acabar esta odisea de Gran Fondo.

Esta última subida se me atraganta. Logro adelantar a tres participantes más (no sé a qué viene esta vena competitiva de último minuto) pero no logro alcanzar a uno más que tengo a tiro de piedra y que, a falta de quinientos metros para la meta, pega un grito de rabia como si se tratase de un náufrago divisando tierra tras meses a la deriva. 

Poco antes de la llegada veo al fotógrafo de la organización y levanto los brazos en señal de victoria #postureomaximo.

Adrian Borrallo


Cruzo una meta «descafeinada» con menos gente que en un concierto de Leticia Sabater. Está el «speaker» que anuncia las llegadas y tres personas en un avituallamiento rancio con coca cola ZERO, fruta y unas pocas barritas energéticas.

Meta
Un tanto descafeinada la llegada

¡Objetivo conseguido!


Lo que parecía un DNF seguro se convirtió en el renacer del fénix gracias a un participante que me dio falsas esperanzas de llegar a un pueblo donde nos «rescatarían».

Me paro a tomar algo y según me bajo de la bici comienza el diluvio universal. Juro en arameo y me subo a la bici. Lluvia, ¡déjame en paz! Todavía me quedan nueve kilómetros cuesta abajo hasta el hotel en medio del diluvio y una niebla densa.

Llego al hotel y para mi alegría Carlos ya está en la habitación duchado y con la secadora de pelo a tope. Sin perder tiempo, me quito la ropa, exprimo litro y medio de agua de mis calcetines y me paso un buen rato en la ducha con agua hirviendo.

Las quemaduras de tercer grado resultantes me hicieron muy feliz.

Fueron trescientos setenta y cinco participantes inscritos de los cuales ciento setenta y cuatro desafiaron la climatología, y sólo ciento treinta y ocho lograron acabar.

Eso sí,  probablemente «todes» con más pelo en el pecho.



CONCLUSIONES:

Como en anteriores crónicas, me gusta acabar con unas conclusiones que he extraído de esta experiencia religiosa. Y como viene siendo habitual, se me olvidarán y no las aplicaré en las próximas aventuras.

Pero querido lector, si has llegado hasta aquí, que menos que compartir contigo mis perlas de sabiduría:

  1. ¿Qué hago castigándome así? Pues no tengo ni idea. Esa reflexión da para otro ensayo literario con la botella de Whiskey a la vera del teclado.
  2. Llevar siempre conjunto primavera-verano-otoño-invierno a la prueba porque nunca se sabe qué clima hará;
  3. No merece la pena inscribirse a una cicloturista con tráfico abierto. Que te den un chip, un dorsal, y un té tibio es dinero perdido;
  4. Aunque en su conjunto pesen un poco más y sean más complejos desde el punto de vista mecánico, merece la pena el «upgrade» a frenos de disco. Eso sí, habrá que esperar a 2023 para que hayan bicicletas nuevas disponibles;
  5. Reserva una habitación individual cerca de la salida del evento en que participas para descansar bien y evitar problemas logísticos previamente a la competición;
  6. Procura no quedarte descolgado del pelotón. Tus piernas te lo agradecerán y en situaciones «extremas» como esta, probablemente sea más fácil sobrevivir en rebaño;
  7. Conoce a tu enemigo: estudia la ruta de la prueba. Ya es la tercera vez que la lió en este apartado;
  8. No participar en más cicloturistas;
  9. Do not participate in more Cycling Stages; y
  10. Ne participer plus dans les Grands Fonds

p.d. Gracias a Carlos por haber sido tan buen compañero de faena (salvo los ronquidos).

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4 comentarios en «Gran Fondo Suisse – «La Ciclosubmarinista»»

  1. Par de huevos, my friend. E inspiracionalAF. Probablemente esta ha sido tu Opus Magnum en cuanto a resenas. Deberias seriously tener un blog, o lanzarte con un libro (incluyendo las perlas de sabiduria). Enhorabuena champ!

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