«Creíamos saber mucho, pero no sabíamos nada» (Orham Pamuk, escritor).
Todo, absolutamente todo en esta vida depende del cristal con el que se observe.
Es por ello que una misma experiencia puede tener tantas versiones como gente haya pasado por ella.
Fuimos cinco los que tomamos la carretera que une Zurich con Siena y cuando leo las crónicas de los demás me doy cuenta de cómo los matices se suavizan o se acentúan dependiendo de quien los cuente.
Qué mejor forma de demostrar esta teoría que publicar varias versiones de un mismo día, la misma carrera, la misma lluvia pero visto por diferentes ojos y sufrido por diferentes piernas.
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Es el turno de Aitor y su relato de como sobrevivimos (por los pelos) a la famosa Strade Bianche Gran Fondo.
A partir de ahora es su palabra y no la mía la que os cuenta nuestras venturas y desventuras vividas en la Toscana italiana.
Strade Bianche Gran Fondo 2017 – Crónica de Aitor Henao Soto
La verdad es que si miro hacia atrás y veo lo conseguido para después mirar hacia adelante pensando en todo lo que está por llegar en los próximos meses… esto es de locos.
- Spartan Races de cualquier categoría; Beast/Super/Sprint (con victoria en una Beast (Barcelona 2014).
- Maratones y medias maratones.
- Ironmans (medios y enteros).
- Clásicas de bici extremas para un aficionado como yo (Gran Fondo Strade Bianche, Siena).
- Swissman Extreme Triathlon del que pronto tendréis la crónica y es sin lugar a duda uno de los triatlones de larga distancia más duros que existe, formando parte de la mítica trilogía junto con CELTMAN y NORSEMAN)
- Repetir el IronMan Suiza (Zurich) dentro de 1 mes y que el año pasado logré terminar sin llegar al límite.
- Con la mente ya puesta en 2018 con otras locuras (Tortour Challenge en Suiza y Ultra Tri en España.
Son sin duda los años mas intensos en mi vida en lo que a practicar deporte se refiere y todo de golpe.
Aunque mi mayor logro en todo esto ha sido la amistad.
La amistad forjada a base de risas, sufrimiento, entrenos, cosas de las que uno tiene que dejar de lado para poder prepararse una prueba de estas características con no solo uno, sino diversos grupos de amigos/as de diferentes deportes (crossfit, bici, running) que hoy en día tengo y procuro mantener con todos ellos/as.
A ellos les debo la mayoría de mis logros por ayudarme a prepararlos directa o indirectamente.
Y hablando de preparación, tengo que admitir que a la prueba de la que os voy a hablar ahora no fui preparado ni física ni mentalmente y por eso estará siempre en el pódium de los retos mentales más grandes a los que me he enfrentado como aficionado.
«Fallo Principal: La ignorancia»
Después de hacer una inscripción a una tal “Gran fondo Strade Bianche” la verdad es que me quedé tan ancho.
Para mí era una competición como cualquier otra pero con alguna que otra particularidad.
Era la primera vez que competía solo con la bici ya que hasta ahora siempre lo había hecho como una disciplina más del triatlón. O incluso había competido solamente en alguna de las otras dos disciplinas; solo carrera o solo a nado, pero nunca solamente bici por lo que era algo nuevo para mí.
Lo tomé, por lo tanto, con calma. Eran solo 130 km de bici y nada podía ir tampoco tan mal ya que había sobrepasado esa cantidad de kilómetros en incontables e innumerables veces durante mis entrenamientos.
Viendo el perfil de la carrera la verdad es que no me hizo cambiar mucho la idea. Se veía irregular pero sin ninguna cota por encima de los 400 metros de altura (370 para ser exactos).
Algo muy alejado de lo que realmente nos esperaba en Siena… magnífica ciudad por cierto.
Viernes, viaje a Siena.
Salimos en furgoneta los cinco (Angel, Alfredo, Diego, Carlos y Yo) desde Zúrich a media tarde y llegamos a Siena pasada la media noche.
No estábamos cansados y no puedo achacar el resultado de la carrera al viaje ni mucho menos.
Después de muchas risas y unos cuantos kilómetros al volante (Angel y yo somos los conductores oficiales de los trips que nos marcamos) llegamos a Siena y entre dejar las cosas en el apartamento, pitos y flautas teníamos hambre, así que “birra e pizza” a la 1.30 de la madrugada.
Como no, siempre guardando tener una dieta equilibrada y mantener el estómago atento antes de una carrera 😉
El sábado (día antes de la carrera)
Este día fue de reconocimiento.
Reconocimiento de que nos iba a llover a cántaros durante el día de carrera así como ya lo estaba haciendo ese mismo día, así que decidimos ir a buscar los dorsales y así de paso veíamos un poco la ciudad, el ambiente (fantástico), la salida de los profesionales, en fin, lo que se dice entrar en caliente.
Pero de caliente nada, hacía frío, frío de pelotas. Aunque siendo realistas, todavía ninguno de nosotros sabía lo que nos esperaba.
Volvimos a casa dejamos los dorsales y demás parafernalias y nos dispusimos a salir a pedalear un poco para desentumecer las piernas.
Pues fue salir y empezar a llover aunque no creo que realmente nos molestara a ninguno, más que nada porque sabíamos que al día siguiente llovería.
Fue una buena prueba para saber si pasaríamos mas o menos frío o que chaqueta nos íbamos a poner y por ello no nos quejamos mucho en primera instancia.
Este sería, por cierto, el único momento que Carlos estaría montado en bici junto a nosotros ya que por un problema pulmonar no podía competir aunque por suerte pudo pasar la inscripción de esta carrera a la edición del próximo año.
Para animarle, además de que el fin de semana estaba siendo muy divertido, todos decidimos volver el año siguiente con él. Claro que nosotros todavía no habíamos ni empezado la carrera y no sabíamos donde nos habíamos metido.
La salida fue corta ya que además las carreteras estaban cortadas y no pudimos rodar como hubiéramos querido así que después del chaparrón y llegar a casa empapados tras apenas 10 km de bici, hicimos siesta y fuimos a cenar a lo que recuerdo un restaurante GENIAL pero sobre todo a disfrutar de la compañía de todos y cada uno de nosotros.
Muchas risas.
Domingo (día de la carrera)
La noche anterior ya habíamos preparado las bicis y las equipaciones.
Ángel, que es el profi del grupo (además de trabajar como mecánico de bicis), revisó la bici y me aclaró alguna que otra cosa sobre como rodar en las bajadas con tierra.
¡Ah!, ¿que no os lo había contado?
Bueno, pues resulta que la Gran Fondo Strade Bianche es una carrera en la que no solamente se corre sobre asfalto.
No, no, también sobre tierra y gravilla que con el diluvio que tuvimos el día anterior o el mismo día de carrera, esa tierra se convirtió en puro barro así que ya os podéis ir haciendo una idea de lo divertida e interesante que se ponía la historia.
Cada uno con sus rituales, yo me había preparado todo la noche anterior y algunos lo hacían por la mañana, pero todos estábamos listos después de un cappuccino y corneto di nutella en la línea de salida.
TRAMO 1 – La salida, las risas y el saber que llegaríamos a casa llenos de barro.
Llovía a cantaros, estábamos empapados de los pies a la cabeza y además hacia frío.
Respeto increíble a una salida con tantísimo ciclista.
El primer miedo es si con tantos al lado podría caerme, que si van muy juntos, que si la primera curva, etc…
De nuevo, el fallo principal, la IGNORANCIA e INEXPERIENCIA.
Pues para mi sorpresa, nada de eso, juntos sí pero nada de accidentes y con mucho más sitio del que uno se piensa.
Un ambientazo increíble.
Los primeros 10 Km hasta que sales de Siena transcurren con tranquilidad. Incluso Ángel está todavía con nosotros antes de poner el cohete y desaparecer entre la multitud de delante y del cual no sabríamos nada hasta llegar de nuevo a Siena.
Luego nos contaría la gran remontada que hizo y lo cierto es que hizo un tiempazo pese a empezar la prueba con problemas estomacales.
Como os contaba, creo recordad que los primeros 15-20 km transcurrieron bastante rápido, sin problemas, expectante de llegar a un tramo de tierra.
Cuando llegamos por fin, se trata de una recta de tierra mojada en la cual empezabas a hacerte una idea de lo “limpito” que llegarías a la meta.
Las risas abundaban entre los participantes, corríamos en pelotón y sin prisa pero sin pausa la carrera nos guió hasta una ligera subida prolongada que termina con el primer avituallamiento en lo alto de una colina.
Aquí la gente no cogía alimento, bebidas y se iba, no, no, “alla italiana” todos en medio y sin dejar pasar a los demás, teniendo que aparcar las bicis en el otro lado incluso del arcén.
Hasta aquí sin problemas. Todo va funcionando bien, las ruedas, alimentación, geles, etc…
Tomo una pastilla de sal ya que sudaba mucho al llevar una chaqueta técnica para la lluvia que no transpiraba nada de nada y de lo que aprendí algo:
«NUNCA MAIS chaqueta que no deje transpirar una pizca»
Gracias igualmente a mi amigo Diego que por problemas de indecisión sobre que chaqueta ponerme de las que había llevado, me dio a elegir una chaqueta de su equipo.
Si volviese atrás, no sabría qué hacer, quizás es mejor pasar algo de frío e ir menos abrigado ya que yo iba como una bola de nieve, o así me sentía con tanta capa.
TRAMO 2 – La lluvia, el paisaje y el comienzo del infierno.
En este momento esperando a Alfredo y a Diego decidimos estar juntos toda la carrera, no separarnos por más que 2 minutos de vez en cuando. A partir de entonces, dependiendo del perfil de carrera, nos íbamos esperando.
Este es el panorama a estas alturas de carrera; granizo, barro, lluvia a más no poder, subidas factibles pero en un terreno de gravilla y barro que te obligan a estar al 150% concentrado en cada surco, cada piedra, cada charco…
Habiéndole visto las orejas al lobo ya no quedaba otra que pedalear y tratar de disfrutar la prueba en la medida de lo posible.
Y así lo hicimos… hasta el km 75-80.
Justo antes de llegar a este punto de la prueba, recuerdo llegar al tramo de “las colinas”. Campo a través, preciosos árboles alineados a ambos lados de la carretera con viñedos increíbles, olor a romero…
En este momento salió el sol, en los que seguramente fueron los kms más bonitos de toda la carrera.
El terreno era de continuas subidas y bajadas, alguna de ellas pronunciadas pero nada que no fuera factible ni por fuerzas ni por ganas.
Aunque otra lección que aprendí en Siena es que aunque te sientas bien, tanto sube y baja (aunque no vayas al límite, pedaleando al 70%) pueden pasarte factura si viene lo que venía después.
Como os decía antes, nos vamos acercando al crítico km 75 – 80 en donde se sitúa el segundo avituallamiento encima de una colina.
Ahí es donde comienzo a notar que el terreno irregular, la lluvia, el frío, las colinas y los sube-baja habían hecho mella en mis piernas.
Empecé a ir con el pulso muy alto en algunas de las siguientes subidas y necesitaba como agua de mayo llegar a este avituallamiento aunque empezaba a ser consciente de lo mucho que me iban a pesar los próximos 50 km.
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A todo esto, en la memoria siempre me quedara el caballito en una rampa pasando a Dieguito consiguiendo sacarle una sonrisa (con “R”) en plena cuesta de tierra mientras intentábamos seguir el ritmo de Alfredo que en las subidas iba más suelto que nosotros.
Aquí voy a hacer un paréntesis y daros algunos datos.
2100 metros de ascenso acumulado distribuido en colinas de no más de 370 metros de altura, para que os hagáis una idea. Es decir, cortas y muchas pero matonas.
Algunas de ellas, incluso para bajarse de la bici, como os contare en la 3ª parte. Y no fui el único, no.
A partir de este agradecido avituallamiento, que sería el último si la memoria no me falla, fue cuando empezó la Gran Fondo Strade Bianche y el reto mental más fuerte al que yo me había enfrentado encima de una bici.
En ninguna salida en grupeta de esas de hacer montón de kilómetros (160- 200), ni siquiera en un Ironman me había encontrado así aun sabiendo que después me quedaba correr una maratón.
TRAMO 3 – 5:55:21
En la carrera yo me iba viendo solo, cuando digo solo me refiero a las grupetas con las que habíamos rodado (a un ritmo más alto del que debiéramos) en la segunda parte de la carrera.
En los tramos de carretera y aprovechando el rebufo de otros ciclistas fuimos inconsecuentes con la velocidad.
Todavía escucho a Alfredo decir;
«Estamos pedaleando a un ritmo que no es el nuestro»
Pero como él también tiraba (yo creo que como Diego y yo, para por lo menos estar a rebufo de alguien) pues tirábamos nosotros también.
Más adelante nos descolgaríamos del grupo y todavía más adelante nos acordaríamos de estos sprints
Diego y Alfredo llevaban un ritmo que yo no podía seguir así que me desanime un poco durante los siguientes kilómetros.
Ya llevábamos 100 km cuando decidí sacar mi último cartucho meterme un gel de los dos que me quedaban entre pecho y espalda, sorbo de isotónico, 2 pastillas de sal, gominolas de cafeína y a pedalear.
En algún momento supere a Alfredo y Diego y me crecí aprovechando el subidón provocado por el ya patentado “Cóctel Siena” (que está compuesto por todo lo que lleves encima y un poco de isotónico) y me puse a tirar.
En esta tesitura llegamos al km 104.
Vamos a ver, hay varios tipos de cuestas que en mi humilde e ignorante lenguaje del mundo de la bici y de forma que yo lo entienda:
- Repecho: Una cuesta pronunciada con final feliz.
- Cuesta «easy»: Cuesta de ir levantando el culo. Llamadlo como queráis.
Pues ese día añadí dos tipos de cuestas más.
La primera la podemos bautizar como cuesta tipo “Ostia puta”. Recuerdo que todavía sintiendo en mí los efectos del «Cóctel Siena” que llevaba encima me costó los suyo pero la superamos los tres sin problema.
Pero al girar hacia la derecha, arriba del todo casi unos 100 grados y tapado por los arboles de alrededor…
¡OSTIA PUTA! Otra igual.
Como testimonio de este momento, quedará siempre la foto bautizada como “La foto de las eses” que es la que puedes ver arriba de todo de esta entrada. Y es que comencé a hacer eses al subir la cuesta igual que Alfredo y Diego que en ese momento rodaban detrás mía.
Pues esta sería la última “Gran Cuesta” que completaría entera, ya que en medio de un tramo ascendente de tierra y gravilla, ya casi al final de la cuesta me pasaría algo que es nuevo para mí.
Calambres en los cuádriceps que no me dejaron dar ni una pedalada más.
Con reflejos suficientes debido a haberme caído más de una vez al no poder sacar el pedal a tiempo, conseguí poner un pie a tierra para bajarme de la bici y ver lo que me estaba pasando.
Alfredo y Diego pararon un poco más adelante que yo pero también bajaron para empujar la bici hasta llegar a lo alto de esta cuesta de categoría 2 de la nueva categoría de cuestas OSTIA PUTA.
Mis cuádriceps habían muerto, estaban encogidos a más no poder y me llevó unos segundos recuperarlos pero el daño estaba hecho. Mentalmente estaba ya deseando terminar.
En este momento, al intentar cambiar del plato pequeño al grande sufro el que sería mi único percance mecánico durante toda la carrera y es que no me cambia de plato.
En este aspecto, estoy más que agradecido a Ángel por su consejo de montar las cubiertas de 25 mm que todos utilizamos con gran éxito ya que no sufrimos ni un solo pinchazo durante los 130 km de carrera (este es el modelo).
Yo me quejaba y maldecía por no poder cambiar y Alfredo decía;
«Pero para qué quieres el plato grande si mira las cuestas que nos estamos comiendo».
Una montaña rusa era eso.
En el último avituallamiento todos habíamos rociado con agua la cadena y los platos para quitar todo el barro posible pero en este momento ya no había nada que pudiera cambiar eso.
Por suerte se quedó en el plato pequeño ya que si no habría tenido que parar y cortar el cable de cambio que va al desviador delantero.
La bici volvería a cambiar de plato ya en Zúrich después de varias duchas de agua caliente, un poco de paciencia y limpieza.
Las fuerzas estaban más que justas para llegar a Siena, cuando vimos algo que nos dio la vida a los tres. Un cartel que te daba la bienvenida a SIENA.
¡Qué gozada, qué momento!
Sobre la entrada a Siena, decir que la ciudad está en lo alto de una colina y su acceso por Vía Santa Caterina está más que documentado en numerosos vídeos que me había aprendido casi de memoria.
Siempre me había imaginado subiendo de manera triunfal pero la realidad tenía otros planes.
Al girar una curva de 90 grados nos encontramos con una subida OSTIA PUTA Categoría Especial pero más por orgullo que otra cosa conseguí subir hasta arriba donde Diego y Alfredo me esperaban.
Pensando que esto estaba ya en sus metros finales, tenemos que afrontar una bajada increíblemente empinada de las que tienes que poner el culo muy hacia atrás para encontrarnos, con gran asombro, un letrero que marcaba la salida de Siena.
Aquí ya la Strade Bianche estaba minado nuestras mentes hasta el final.
Desee no haber gastado todas mis balas y haberme guardado algo de comida o sal para el final. El único gel que llevaba encima estaba perdido por alguno de mis bolsillos y no lo encontraba.
Lo único que me quedaba era un paquete con 3 chicles así que, ¡venga!, todos para adentro con un sorbo de la poca agua que me quedaba.
Llegamos juntos a la entrada de Siena (casco antiguo) y pienso que ninguno tenía claro poder subir Via Santa Caterina hasta arriba.
Yo desde luego NO.
Alfredo y Diego lo consiguieron. En cuanto a mí, la moral, mis piernas y un pinchazo de nuevo en los cuádriceps hicieron que me bajara de la bici a mitad de cuesta.
Con mucho honor y poca vergüenza después de haber sobrevivido a aquello, llegue arriba donde una vez más Diego y Alfredo aguardaban para entrar juntos.
Para el recuerdo queda que entramos menos de 5 minutos antes del corte con lo cual era para estar contentos después de todo lo vivido.
Nada más cruzar la línea de meta y todavía llenos de barro, aseguré que no volvería a hacer la Strade Bianche de nuevo, que ninguno de los tres repetiríamos con Carlos al año que viene.
Pero tengo que reconocer que al final, con el tiempo todos hemos cambiado nuestro parecer y tenemos algo dentro que nos pide ir otra vez más y demostrarnos que podemos hacerlo mejor.
Sea cual sea el resultado final, un fin de semana con amigos, las risas y el marisco con R no tiene precio.
«Así que STRADE BIANCHE 2018, allí estaremos».
Y hasta aquí llega la historia de Aitor con Siena.
Quiero darle mil gracias por esta crónica que me trae muy buenos recuerdos de un fin de semana inolvidable.
Os dejo un enlace a su cuenta de instagram en donde se harta de recibir «likes» cada vez que publica una foto.
Esta crónica forma parte de la trilogía dedicada a la Strade Bianche Gran Fondo que se completa con estas otras dos entradas:
- Strade Bianche Gran Fondo. Crónica de Alfredo González
- Strade Bianche Gran Fondo. Crónica de Diego García Gil
Que bien y mal lo pasamos todo al mismo tiempo. Gran viaje y gran carrera.
Cierto.
No deja de sorprenderme cómo el tiempo me hace olvidar lo que nos costó cruzar esa línea de meta.
Ahora veo la Strade con mucho cariño y ganas de volver pero en su día fue algo muy duro y una cura de realidad.
Pedazo aventura!! Ojalá algún día pueda hacer una clásica de estas.
Hola, gran crónica.
Una pregunta, qué ruedas usaron? Me la planteo para el año que viene pero no sé si tengo bici para ello, igual mi Trek de carretera se queda corta y necesito algo más duro.
Gracias Tri-core.
Nosotros, siguiendo el consejo de un amigo, llevamos unas Continental 4Seasons.
Tienes el link en el post, un poco más arriba.
La verdad es que fue una elección muy acertada tras ver a todos los ciclistas parados en la cuneta arreglando pinchazos.
Eran de 25 y yo las sigo usando en la de carretera sin notar ningún aumento de resistencia a la rodadura. No creo que cambie.
Me olvidaba, seguro que tu Trek es más que suficiente pero hazte con unas ruedas algo más anchos (yo diría que al menos de 25) y con protección antipinchazos.
Con eso ya tienes bicicleta para la Strade Bianche 🙂